A medida que vamos creciendo nos proyectamos en sueños y metas futuras, soñamos con casa, auto, familia, y éxito… Sin embargo, luego de que llegamos a cierta edad, nos toca replantear nuestras prioridades de vida, nos toca entender que la importancia de la vida no consiste solo en los logros terrenales.
Todo lo que tenemos en esta vida es prestado, nada nos pertenece. Ni el cuerpo mismo es nuestro. Las posesiones materiales van a quedarse en este plano una vez trascendamos a la vida espiritual. De modo que con las manos vacías hemos llegado y del mismo modo nos iremos de esta tierra.
Entonces, lo más importante no es acumular tesoros terrenales, sino llenar la cuenta con tesoros celestiales. Cada buena acción cuenta allá en el cielo. Ante el Padre cada cosa que hacemos por ayudar a otros tiene gran validez; aunque claro está que la salvación es por gracia, y no por obras.
Quizá a estas alturas no poseemos nada material, quizá no hemos logrado obtener la casa, el carro, y todo aquello que deseábamos en un comienzo, pero aunque no tengamos nada (material), debemos recordar que tenemos lo más importante: Un Dios maravilloso que nos ama y que está con nosotros todos los días hasta el fin.
«Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto», 1 Timoteo 6:8.
Vivimos ignorando que el simple hecho de tener un techo donde refugiarnos es un gran privilegio. Estamos tan distraídos mirando lo que no tenemos, que se nos olvida agradecer a Dios por aquellas cosas en las que somos bendecidos. Cuando pienses en aquello que no tienes, mira a tu alrededor y recuerda que tienes lo necesario para vivir.
Gózate con ese techo y ese abrigo que te ha sido dado, por muy poco que pueda ser. Estás vivo, sano y tienes donde recostar tu cabeza cuando se pone el sol. No ignores las riquezas espirituales que se te han sido otorgadas por el Padre Creador.
No te preocupes si has traído ante el Señor manos vacías, preocúpate por tener el corazón lleno de Él.